viernes, 6 de diciembre de 2013

¿Cómo intentaban los alquimistas convertir en oro los metales comunes?

¿Cómo intentaban los alquimistas convertir en oro los metales comunes?
Un desapacible día de finales de diciembre de 1666, en La Haya, un forastero harapiento se presentó en casa de John Frederick Helvétius, médico del Príncipe de Orange y uno de los principales alquimistas de Europa (alquimia deriva del árabe alkimiya, ?el arte de la transmutación?, o del griego khemia, ?la fundición y aleación de metales?). Después de presentarse como Elías el Artista, el extranjero le mostró a Helvétius tres pequeños objetos cristalinos de color amarillo azufre que llevaba en una cajita de marfil. Según él, eran trozos de la piedra filosofal, la legendaria piedra que transmutaba en oro los metales comunes.
Brillante como el oro
Después de muchos ruegos, Helvétius logró que Elías le diera un trocito de la mágica sustancia. En presencia de su mujer y de su hijo, la colocó en un crisol y la calentó al rojo vivo mezclándola con un trozo de plomo. Según sus propias anotaciones: ?Se produjo un sonido silbante y una ligera efervescencia, y el compuesto adquirió un tono verde brillante... ¡Al comenzar a enfriarse, empezó a brillar como el oro!?.
Loco de emoción, Helvétius corrió a llevarle el metal, aún templado, a un orfebre vecino, quien lo examinó y declaró que era oro. La noticia se propagó como la pólvora por La Haya y un reguero de ilustres visitantes acudió a ver el oro ?de fabricación humana?. Entre ellos, el inspector general de la Casa de la Moneda, quien ratificó que se trataba de oro puro.
Los alquimistas llevaban siglos tratando de dar con la fórmula del oro y, gracias a sus experimentos, descubrieron el plomo, el sulfuro, el cobre, el estaño y el mercurio. ?Se entregan diligentemente a su labor?, escribía en el siglo XVI el médico y alquimista suizo Paracelso. ?No pierden el tiempo en conversaciones ociosas, sino que encuentran su felicidad en el laboratorio?.
Otro de los empeños de los alquimistas era producir el ?elixir de la juventud?, sustancia legendaria que prolongaría la vida indefinidamente. Paracelso sostenía que la fabricación del elixir no era demasiado complicada: bastaba con disolver la piedra filosofal en vino. ?El elixir limpia todo el cuerpo de impurezas al introducir en él nuevas energías de juventud que se mezclan con la naturaleza del hombre?. Por lo visto, Paracelso no alcanzó el éxito, ya que murió en 1541 a los 47 años.
No es oro todo lo que reluce
En el libro Vida Eterna, un médico y químico belga del siglo XVII, Johannes van Helmont, afirmaba haber usado la piedra filosofal con frecuencia. Según él, era pesada, de color azafranado y brillaba como el cristal. Su fórmula para producir oro consistía en añadir mercurio caliente a un trocito de la piedra. Un siglo después, el extravagante aventurero italiano que se hacía llamar ?Conde? Alessandro di Cagliostro, alquiló un piso en Londres para dedicarse a su pasatiempo favorito: la alquimia.
Muchas personas, y sobre todo muchas mujeres, se dejaron cautivar por Cagliostro y le entregaron dinero para que lo transmutara en lo que resultó ser ámbar sin ningún valor. Cagliostro continuó sus andanzas en París y en Roma, donde fue detenido por orden del Papa Pío VI y condenado a cadena perpetua por herético.
La Iglesia Católica condenaba la alquimia, en especial porque algunos alquimistas sostenían que la piedra filosofal representaba a Cristo y que sus artes ocultas tenían un valor espiritual para la humanidad. Sin embargo, ?los únicos valores en que los alquimistas están interesados?, según afirmó un tratadista posterior, ?eran los que les permitían fabricar dinero y riqueza?.

La alquimia, hoy

La alquimia, hoy
La Alquimia, pues, no ha muerto. Aunque ahora ya no se hable públicamente de ella, sigue existiendo. Por supuesto, sí ha muerto una parte determinada de la Alquimia, la Alquimia exotérica, superada por el avance de la ciencia y del conocimiento de la Naturaleza. Era natural, y ha servido para purificar el Arte: los falsos alquimistas, que eran a la larga quienes hacían más ruido, murieron por sí mismos al derrumbarse las ideas que les permitían sobrevivir. Nadie podría engañar ya hoy a ningún incauto con una pretendida Piedra filosofal capaz de convertir los metales en oro, cuando se les puede engañar mucho más fácilmente con una sencilla "máquina de hacer dinero". La medicina ha hundido el mito de la eterna juventud, mejor dicho, le ha dado unos cauces más racionales... aunque los charlatanes sigan vendiendo aún drogas y elixires a los campesinos. Y la técnica, finalmente, ha hecho innecesaria la existencia de un Disolvente universal.
Pero los verdaderos alquimistas guardaron siempre en secreto su condición de tales... y tal vez la sigan guardando aún. ¿Qué sabemos realmente de ellos? ¿Estamos seguros de que, ocultos en algún sótano, en la intimidad de su hogar, los alquimistas modernos no sigan aún trabajando en pos de sus quimeras... unas quimeras que no sean en realidad tales?
¿Qué buscan estos nuevos alquimistas? No el oro, superado ya en una civilización que lo ha relegado a un lugar casi honorífico. ¿Otros metales de desconocidas propiedades? Tal vez. Se nos dice que Fulcanelli logró obtener en el curso de sus operaciones una serie de metaelementos completamente desconocidos para la química contemporánea. Esto ocurría en 1937. Actualmente, algunos de nuestros investigadores han conseguido obtener algunos de estos metaelementos: el positronium, los átomos muónicos, a costa de grandes dispendios de energía, y logrando tan sólo algunos corpúsculos inestables, de ínfima vida. ¿Había logrado Fulcanelli más? A juzgar por los indicios, sí.
¿Cómo son los alquimistas de hoy en día? Pauwels y Bergier los describen como "hombres que leen los tratados de física nuclear, pero que tienen por cierto que las transmutaciones y los demás fenómenos alquimistas todavía más extraordinarios pueden lograrse por medio de manipulaciones y con la ayuda de un material relativamente simple". Una ciencia nuclear llevada a cabo con algo no más complejo que una batería de cocina. ¿Es esta la Alquimia de hoy día?
O tal vez esto sea tan sólo un medio, puesto que los logros de los alquimistas no trascienden nunca al público. "No nos cansaremos de repetir -siguen diciendo Pauwels y Bergier- que, para el alquimista, el poder sobre la materia y la energía no es más que una realidad accesoria. El verdadero fin de las operaciones de alquimia es la transformación del propio alquimista, su ascenso a un estado de conciencia superior. Los resultados materiales sólo son promesas de un resultado último, que es espiritual. Todo tiende a la transmutación del hombre mismo, a su divinación, a su fusión en la energía divina fija, de la cual irradian todas las energías de la materia". Frases con las que se complementan muy bien estas otras, pertenecientes a otro gran teórico, Teilhard de Chardin: "La verdadera física es la que logrará integrar al hombre Total en una representación coherente del mundo que le rodea".
 
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Algunas transmutaciones célebres

Algunas transmutaciones célebres.
Algunos alquimistas se han hecho célebres por las transmutaciones a ellos atribuidas. Entre todos ellos, el más importante quizá sea Nicolás Flamel, que relató por sí mismo su gran éxito, obtenido según sus propias palabras gracias a un viejo libro "bien encuadernado, con tapas de talón, todo él grabado con letras y cubierto con extrañas figuras", y que le fue descifrado por un médico judío. Gracias a él, y a sus constantes e infatigables prácticas ("después de largos errores de tres años, durante los cuales no hice nada más que estudiar y trabajar"), consiguió lo que deseaba. Proyectó (la Piedra filosofal era llamada también "Piedra de proyección", ya que para transmutar un metal en oro debía proyectarse, una vez reducida a polvo, sobre éste, a fin de que penetrara profundamente en él) su Piedra sobre mercurio, "del que saqué media libra, o algo así, de plata pura, mejor que aquella de la mina". Hizo más tarde otra proyección de su Piedra roja (ya hemos dicho que la Piedra filosofal podía ser tanto blanca como roja, siendo según los relatos mejor la roja), también sobre mercurio, "en la misma casa (su casa), e igualmente con la única presencia de Perrenela (su esposa y colaboradora), el vigesimoquinto día de abril del mismo año (1382), hacia las cinco de la tarde, lo cual transmuté realmente en algo casi tan puro como el oro, más ciertamente que el oro común, más suave y maleable". Se trataba, naturalmente, de oro alquímico. Posteriormente, realizó el mismo experimento muchas otras veces, alcanzando cada vez una mayor perfección y dominio de su técnica.
Algunos, indudablemente, se reirán ante este relato, que podría escribir cualquiera, pues cualquiera puede inventar los más fabulosos éxitos con tan sólo un poco de imaginación. Sin embargo, hay otras circunstancias dignas de tener en cuenta en este caso. Nicolás Flamel, cuyo oficio era el de escribano público, dispendió a lo largo de su vida ingentes cantidades de dinero realizando obras de caridad: construyó y mantuvo catorce hospitales en París, tres nuevas capillas, hizo donación de importantes cantidades de dinero a otras tantas iglesias, y realizó un sin fin de buenas obras que sus ingresos normales no podían justificar ni en una milésima parte. Algunos historiadores intentan explicar esta riqueza afirmando que Flamel mantenía tratos secretos con los comerciantes judíos de París. Tal vez, aunque de todos modos el dinero ganado por él seguía siendo demasiado. ¿O acaso consiguió realmente fabricar oro?
Juan Bautista van Helmont, que vivió en los siglos XVI y XVII, fue un hombre de amplia erudición, instruido en química, fisiología y medicina, además de poseer una amplia cultura científica que abarcaba todas las disciplinas conocidas en aquella época. Entre sus aportaciones al progreso humano se cuenta la de ser el primero en descubrir y afirmar públicamente que existían otros gases además del aire que respiramos, así como el darles a dichos gases su nombre, creando la palabra con la que se les designa aún actualmente: "gas". Como persona interesada en todas las disciplinas científicas, se interesó también en la Alquimia, y entre sus trabajos (recopilados y publicados por su hijo) figuran varios relatos de transmutaciones efectuadas por él mismo por mediación de la Piedra filosofal. También es digno de ser notado el hecho de que describió a la misma piedra como usada en medicina, hecho que más tarde citarían también otros alquimistas.
Juan Federico Schweitzer, conocido más comúnmente como Helvetius (tanto Schweitzer en alemán como Helvetius en latín quieren decir lo mismo: suizo), es también el autor de otro relato sobre transmutaciones considerado como uno de los más importantes de la literatura alquímica... ya que Helvetius era un encarnizado adversario de todas las Artes alquímicas. En su obra El becerro de oro, describe que una noche de diciembre de 1666 un desconocido se presentó en su casa preguntándole si creía en la Piedra filosofal. Helvetius, naturalmente, respondió que no; y entonces el desconocido le mostró una cajita de marfil, en cuyo interior había tres pedazos de una sustancia transparente, parecida al ópalo, "no mayores que una nuez".
Helvetius le pidió que le diera uno de aquellos fragmentos, y como respuesta recibió tan sólo una negativa. Pidió entonces al menos una demostración. El desconocido respondió que en aquel momento no podía hacerla, pero que volvería después de tres semanas y se la daría. En el tiempo prometido volvió el misterioso personaje, diciéndole que no había sido autorizado a realizar lo que había prometido, pero que a cambio le entregaría un fragmento de la Piedra, no mayor que una semilla de mijo, y que partió aún en dos mitades cuando Helvetius se quejó de que era demasiado pequeño. "Con esto -dijo, entregándole uno de los dos fragmentos- tendrá bastante, y aún le sobrará".
Helvetius tuvo que hacerle entonces una confesión: en su anterior visita, y ante la negativa del desconocido a entregarle la Piedra, había raspado uno de los fragmentos con su uña, logrando arrancarle unas partículas. Había intentado transmutar el plomo en oro con ellas, no logrando más que cambiarlo en vidrio. Le comunicó el fracaso al desconocido, y le mostró todo lo que había conseguido. "Hay que envolver la piedra en cera amarilla -le dijo éste-, para que pueda penetrar bien el plomo y no le dañen los vapores desprendidos". Tras esto, y después de entregarle el microscópico fragmento de Piedra, se marchó, prometiendo volver al día siguiente. Pero no lo hizo, ni al otro, ni al otro: no volvió a presentarse nunca más.
Helvetius comenzó a dudar de todo lo que había ocurrido. Pero aún le quedaba el fragmento de Piedra entregado por el desconocido y, animado por su esposa, decidió ensayar con ella. Siguió todas las instrucciones que le había dado el desconocido en su última visita... ¡y el plomo se transformo en un oro tan puro, que el orfebre que lo examinó declaró que nunca en su vida había visto un oro tan fino!
 
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Grabado alemán del siglo XVI que nos muestra a un médico consultando sobre una pócima curativa a un alquimista. En general, estos casos de cooperación entre maestros en disciplinas distintas no eran muy usuales.

la piedra filosofal y la alquimia

¿Existió realmente la piedra filosofal?
¿Existieron realmente estas tres cosas? Para el espíritu científicamente racionalista, la Alquimia no puede ser más que una enorme superchería que arrastró tras de su falsedad a miles de espíritus, que quemaron sus vidas en pos del logro de un ideal irrealizable. Y sustentan esta opinión en un hecho científicamente indiscutible: el que los alquimistas emplearon medios puramente empíricos en su labor: no buscaron, no investigaron, sencillamente tantearon, de una forma instintiva y puramente irracional.
Es absurdo tratar a la Alquimia de falsa por el hecho de ser acientífica... si se desarrolló en un tiempo en el que precisamente la ciencia, tal y como la entendemos hoy en día, era algo que no existía en absoluto. Los métodos alquímicos, ciertamente, distan mucho de los frios, racionales y lógicos métodos científicos actuales, pero no por ello dejaron de ser en multitud de ocasiones completamente efectivos. La lista de los grandes descubrimientos químicos realizados por los alquimistas sería interminable: Alberto Magno describe en sus obras la composición química del cinabrio y del minio, Raimundo Lulio dio la receta para la preparación del bicarbonato potásico, Basilius Valentinus fue el descubridor de los ácidos sulfúrico y clorhídrico, el alemán Brandt descubrió el fósforo, Vigenère hizo lo mismo con el ácido benzoico, Paracelso fue el primero en descubrir el zinc, Juan Baustista della Porta fue el primero en preparar el óxido de estaño. Multitud de alquimistas descubrieron en su tiempo (y algunos de ellos perecieron por su causa) la pólvora, en el curso de sus trabajos alquímicos. Pero el alquimista trabaja sobre la nada, sin bases concretas sobre las que sustentar su labor. Los alquimistas hacían las cosas de un modo puramente empírico, buscando sus respuestas por unos medios tan completamente distintos a los actuales que hoy los calificaríamos como aberrantes. Los químicos de hoy, por ejemplo, se rigen por el análisis químico de sus preparados; pero el análisis químico no surge hasta el siglo XVIII, por lo que los alquimistas sólo podían guiarse por el cambio de apariencia y coloración de sus materiales.
¿Estaban equivocados los alquimistas en sus teorías? Según la ciencia clásica, rotundamente sí. Por otro lado, los alquimistas habían desarrollado una serie de complementos a sus creencias básicas que hoy nos son inaceptables: los metales eran como las semillas, eran susceptibles de crecer, desarrollarse y multiplicarse en determinadas condiciones, ¡poseían incluso sexo!, el mercurio, como único metal líquido, era considerado como la matriz en la que se gestaban los demás metales (y de ahí su amplio uso en Alquimia)... Los razonamientos de los alquimistas, de todos modos, eran dignos de ser tenidos en cuenta por su originalidad: las plantas, argumentaban, no nacen de las plantas: no se puede hacer crecer un melón de otro melón, sino de una semilla de melón. Los metales, por lo tanto, deben nacer también de semillas de metales. ¿Y no puede considerarse acaso la Piedra filosofal como una especie de semilla? En Alquimia, para obtener la Piedra filosofal, en la última fase de la operación, hay que añadir unos granos de oro a la mezcla. Esta operación es llamada "siembra".
La Alquimia se vio completamente desacreditada por la avalancha de racionalismo que inundó el siglo XVIII y siguientes. Hoy en día, sin embargo, algunas ramas de la ciencia de vanguardia, principalmente la física atómica han redescubierto con gran sorpresa la Alquimia. Los físicos atómicos descubren con estupor que llegan a conseguir transmutaciones como las que los alquimistas decían poder realizar en sus hornos. Eric Edward Dutt abtuvo rastros de oro en las superficies de sus muestras metálicas tras someterlas a una descarga condensada a través de un conductor de boruro de tungsteno; los rusos obtendrían más tarde idénticos resultados usando potentes ciclotrones. El agua pesada, ¿NO ES LO MISMO QUE EL "AQUA PERMANENS" DE LOS ALQUIMISTAS, CON LA ÚNICA DIFERENCIA DE QUE LOS MODERNOS LABORATORIOS LA CONSIGUEN, TRABAJANDO CON LUZ POLARIZADA (la luz de la Luna es luz polarizada) EN POCO TIEMPO, MIENTRAS QUE LOS ALQUIMISTAS NECESITABAN PARA ELLO MÁS DE VEINTE AÑOS? El agua pesada, los superconductores (que el físico obtiene a temperaturas cercanas al cero absoluto), los elementos isotópicos... todos tienen sus analogías en la antigua literatura alquimista. Tan sólo hay una diferencia: el científico de hoy llega a sus resultados en poco tiempo (pueden realizarse miles de ensayos en el poco tiempo de unas horas), con la ayuda de complicados y costosos aparatos y dispendiando grandes cantidades de energía. Los alquimistas, por su parte, usaban un reducido laboratorio de cocina, unos medios casi insignificantes... pero tenían toda una vida por delante.
Sea como fuere, hay que aceptar que algunos relatos que han llegado hasta nosotros sobre la obtención de la Piedra filosofal y la obtención del oro alquímico son una realidad. Y no hablamos con ello de los alquimistas fraudulentos, aquellos que utilizaban unos bien aprendidos trucos para engañar a los incautos con falso oro y falsas Piedras filosofales, sino alquimistas reconocidos por su honestidad. Más allá de las recetas que, como la mayor parte de los grimorios, nos indican los "métodos infalibles de conseguir oro, la juventud eterna, la invisibilidad, etc.", algunos alquimistas afirman seriamente haber hallado el secreto de la Piedra filosofal. Hay pruebas (aunque para muchos sean circunstanciales) de ello. Hay medallas conmemorativas acuñadas en oro alquímico. Aunque todos estos alquimistas hayan muerto llevándose su secreto a la tumba, estas pruebas han quedado. Y sus relatos también.
 
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El homúnculo, aquí bajo la apariencia de Mercurio y con los símbolos del Sol y la Luna, debía, según los alquimistas, ser concebido sin unión sexual. Paracelso estaba convencido de la posibilidad de la creación del mismo, a base de esperma y sangre. ¿No es ahí donde se encuentra el DNA?
 
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La "unión de los contrarios". El rey y la reina, símbolos de la virilidad y la feminidad, el Sol y la Luna, y el día y la noche, se unen en un solo cuerpo. El dragón encarna el principio de unificación, y la estrella representa la Piedra Filosofal.

jueves, 5 de diciembre de 2013

atributos de la piedra filosofal

Atributos de La piedra filosofal.
Pero supongamos que todo haya ido bien. El alquimista ha obtenido en su Huevo alquímico el preparado púrpura tan anhelado. Este será el primer paso práctico para obtener la Piedra filosofal... pero no es aún la Piedra filosofal propiamente.
El alquimista deberá abrir entonces el recipiente y extraer el compuesto. Este compuesto deberá ser lavado múltiples veces, durante meses enteros si es necesario, con agua tridestilada. Esta agua es a su vez importantísima, y constituye para muchos autores uno de los principales productos alquímicos después de la Piedra filosofal: es el Elixir de larga vida, el elixir que, ingerido periódicamente, dará una larga y venturosa vida al alquimista, aunque no la inmortalidad, ya que lo único que evita el elixir es el desgaste físico del cuerpo humano, no la enfermedad ni los accidentes.
Y queda luego la Piedra propiamente dicha, ya completa, que puede según algunos autores ser blanca o roja, que puede ser sólida o convertirse en polvo, y de la cual bastará una pequeñísima parte para transformar en oro o plata el más innoble metal... aunque generalmente se utilice siempre el plomo o el mercurio.
Pero la Piedra también puede ser usada en su forma líquida: su polvo se disuelve entonces en mercurio, y se obtiene así el agua mercurial o agua póntica, llamada también el Disolvente universal, e identificada por muchos autores también con el Elixir de larga vida.
Pero todas estas, si bien son las más importantes, no son las únicas virtudes y cualidades atribuidas a la Piedra filosofal, al Elixir de larga vida y al Disolvente universal. Los propios alquimistas (y muchas veces también la imaginación de las gentes) atribuyeron a la Piedra filosofal en sus distintas formas los más extraordinarios atributos. Así, se consideraba que la Piedra filosofal, además de convertir los metales en oro, era capaz de gobernar a las potencias celestes, permitir conocer el pasado y el futuro, lograr la invisibilidad con sólo hacerla girar entre las manos, crear el movimiento contínuo, resolver la cuadratura del círculo, permitir a su poseedor volar por los aires, ¡fabricar el mítico homúnculo!
El Elixir de larga vida, por su parte, es catalogado como capaz de volver de nuevo jóvenes a los viejos, resucitar a los muertos, prolongar enormemente la vida... pero añaden los libros (y pese a que se afirme que puede resucitar a los muertos) no da la inmortalidad. Uno de los derivados de este elixir, la Panacea (llamada también panacea universal, no porque esté extendida por todo el mundo, sino porque su poder alcanza a todas las cosas), es reputada como capaz de curar todos los males sin distinción y, por supuesto, sin la menor excepción.
El Disolvente universal, finalmente, uno de los últimos productos de la elaboración alquímica, llamado también Alkaest, es capaz de disolver absolutamente todos los cuerpos, manteniéndolos en su estado líquido...
 
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Esta página del libro inglés del siglo XVI "The Crowne of Nature" nos muestra la imagen simbólica de la "esencia de mercurio", que algunos alquimistas creían era el ingrediente fundamental de la materia.

EL HUEVO COSMICO Y LA ALQUIMIA

El huevo alquímico.
Este recipiente hermético, dentro del cual ocurrirán a partir de ahora todas las transformaciones cuyas fases son descritas más o menos alegóricamente en todos los libros alquímicos (el Cuervo, el Rey y la Reina, el Hermafrodita, la Rosa roja y la Rosa blanca...) es llamado por los alquimistas el "huevo alquímico", "huevo cósmico" o "huevo filosofal", ya que, tratándose de un recipiente herméticamente cerrado, en su interior se producirán toda la serie de transmutaciones que, al igual que los cambios del embrión en el interior de un huevo, darán nacimiento finalmente a la Piedra filosofal.
La preparación, formación y "gestación" de este huevo alquímico es también larga: puede durar meses, incluso años... y puede resultar también inútil. En esta última fase de su trabajo, el alquimista debe poner un especial cuidado y atención, ya que cualquier error puede dar al traste con una labor de años. Su base de observación serán los cambios de color y apariencia de la mezcla en el interior del recipiente (llamado también por algunos autores cucúrbita, debido a su forma semejante a una calabaza), único modo de saber si las cosas marchan bien o mal. Si las cosas marchan bien, el contenido del Huevo adquirirá primero un color negro intenso, luego aparecerán en su superficie unos corpúsculos, después adquirirá un color blanco, verde y amarillo, "como la cola de un pavo real" (fase que es representada en los grabados alquímicos precisamente con la figura de un pavo real con la cola desplegada), y finalmente de un blanco deslumbrante. Este es el punto culminante. A partir de aquí, la mezcla deberá teñirse de rojo, "un púrpura tan hermoso que lo teñirá todo con su color y curará a su sola vista, cualquier corazón enfermo". El proceso habrá terminado: la Piedra filosofal será ya un hecho.
Si las cosas van mal, en cambio, los signos serán distintos dentro del Huevo: aparecerá un aceite rojizo flotando en la superficie de la mezcla, o el blanco deslumbrante final pasará al rojo con demasiada rapidez, o su solidificación será imperfecta, se fundirá como la cera al más débil calor. Entonces el trabajo habrá sido en vano. Será preciso volver a abrir el recipiente, intentar tratar la mezcla con agua mercurial, y volver a iniciar la operación en espera de una mejor suerte.
 
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"El huevo alquímico fue otro de los simbolismos más usado por los alquimistas. De él dijo Miguel Majer: "existe un pájaro que es más sublime que todos los otros. Preocupaos únicamente de buscar su huevo, y al hallarlo, cortadlo con una espada flamígea".

LA SEÑAL DEL ALQUIMICO

La señal.
La Señal. He aquí el momento más importante del que nos hablan todos los alquimistas. La naturaleza de esta señal no es aclarada de un modo completo en los textos, pero sí dicen todos ellos que cualquier alquimista sabrá reconocerla en el momento en que se produzca. Algunos libros nos hablan de la formación de cristales en la superficie de la mezcla: "unos hermosos cristales en forma de estrella". Pero la mayoría nos hablan de una señal más impresionante y espectacular: "En la superficie de la mezcla se formará una capa oscura. Esta capa se desgarrará en un determinado momento, y dejará ver bajo ella el metal luminoso de los alquimistas, un metal en el que parecerán reflejarse todas las estrellas del firmamento".
El alquimista sabrá entonces que va por buen camino... pero su trabajo aún no habrá terminado. El metal brillante debe ser retirado de su crisol, y es preciso entonces dejarlo "madurar", encerrándolo en un recipiente hermético, lejos del aire y de la humedad. Se inicia entonces la tercera fase de las operaciones, en la que hay que alcanzar en la mezcla primeramente el "estadio de putrefacción" (es decir, que la mezcla adquiera un color negruzco, llamado "ala de cuervo"), y más tarde el "estadio de resurrección" (es decir, que adquiera un color blanco). Todo esto se consigue calentando cuidadosa y progresivamente el recipiente hermético dentro del atanor. Pero hay, que tener gran cuidado en esta última fase, ya que si el calor es excesivo o su graduación no es la adecuada, el recipiente puede estallar, liberando entonces una desusada energía. Esta es la explicación de algunas de las terroríficas explosiones que se han registrado en determinados laboratorios alquímicos, y que han recogido las crónicas de todas las edades...
 
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"Medalla acuñada en oro alquímico ante su Alteza Serenísima Carolo Philippo, conde de Palatinado en la Renania, el 31 de diciembre de 1716. Según reza la inscripción de la medalla, el metal había sido obtenido por transmutación del plomo".