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viernes, 6 de diciembre de 2013

DETECTANDO LUGARES DONDE HAY ORO

Instrucciones

    Los yacimientos de oro

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    Muchos naufragios de la antigüedad aún esconden tesoros.
    Hemera Technologies/PhotoObjects.net/Getty Images
    Aunque parezca algo propio del cine, muchos cargamentos de oro de los que se perdieron en el pasado permanecen enterrados en algunos lugares. Revisa libros de Historia y mapas antiguos para conocer los itinerarios de caravanas, ejércitos o grupos de bandidos. Ten en cuenta que algunas personas ricas y excéntricas tienen la costumbre de enterrar sus objetos más valiosos alrededor de sus casas. A veces fallecen y estos tesoros quedan olvidados. Haz una lista de las posibles ubicaciones y rastrea el terreno con un detector.
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    El  péndulo puede captar cambios electromagnéticos.
    Jupiterimages/liquidlibrary/Getty Images
    Incluye en tu lista las minas abandonadas y los túneles bajo las iglesias antiguas. Solicita un permiso para acceder a alguna de estas minas y empezar la prospección. Consigue un mapa o plano del área elegida, de escala 1:50.000 o 1:25.000. Prueba a utilizar un péndulo. La radiestesia es un método empleado por muchos buscadores de oro para obtener puntos de atracción en un mapa. Te evitará el esfuerzo de recorrer extensiones de terreno que podrían alcanzar las 20 o 30 mil hectáreas y demorar tu trabajo durante meses, e incluso años.
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    Explorar un yacimiento es una tarea minuciosa.
    Thinkstock Images/Comstock/Getty Images
    Realiza un muestreo del yacimiento, realizando pruebas en distintas zonas. Escarba un poco para sacar un trozo de material. Muele la muestra sobre una roca plana con una piedra o un martillo. Introduce el polvo obtenido en una bolsa hermética con ayuda de una brocha. El lento proceso de erosión de los montes hace aflorar el oro contenido en vetas de oro nativo, que por lo general se hallan en las capas de cuarzo. Una muestra de piedras de veta u oro de roca arroja una cola de oro apreciable a simple vista. Utiliza anteojos de aumento para identificarlas mejor.
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    El lavado de oro requiere mucha paciencia y práctica.
    Comstock/Comstock/Getty Images
    Busca oro en remansos de ríos o arroyos, donde no haya corriente de agua. Ahí se deposita el oro en forma de pepitas, fragmentos o partículas. Excava un poco con la pala para sacar material. Deposítalo en la bandeja y sumerge esta en el agua, realizando un movimiento giratorio. Pasa la bandeja por un tamiz. Sumerge la bandeja de nuevo para lavar la arena. Cuando el oro esté a la vista, ladea la bandeja para separarlo de la suciedad. Filtra el oro en una botella con agua y colócalo en un tubo de vidrio o plástico transparente.

    Los detectores de metales

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    Los campos magnéticos permiten detectar el metal.
    Photodisc/Photodisc/Getty Images
    Los detectores de metales funcionan por el magnetismo. El detector crea un campo magnético a través de una bobina de cable, y lo orienta a través de la superficie del suelo. Otro de sus circuitos recibe las ondas del campo magnético y emite un sonido que puedes escuchar a través de un altavoz. Cuanto más grande sea la bobina de cable, mayor será la sensibilidad del detector. Determina qué tipo de detector de metales resulta más apropiado para el terreno que vas a explorar y para tu presupuesto. Una opción que te ahorrará dinero es fabricarlo tú mismo.
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    Depósitos de minerales en Yellowstone Park.
    Thinkstock/Comstock/Getty Images
    Existe otro instrumento muy eficaz en la detección de depósitos de minerales, y muy utilizado en países de abundantes minas, como Chile. Se trata de un instrumento direccional ultrasensible para la localización de metales preciosos. Consiste básicamente en un cartucho magnético que contiene cristales especiales y una antena giratoria. Introduce una muestra de oro en el cartucho y sujétalo como si fuera una pistola, apuntando hacia delante. Muévete describiendo círculos de 360º. La antena dará indicaciones direccionales cuando localice el metal.
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    El imán integrado en el teléfono móvil no es muy potente.
    Thomas Northcut/Photodisc/Getty Images
    La tecnología apunta cada vez más alto, y prueba de ello son las nuevas aplicaciones para detectar metales de algunos teléfonos móviles. Los modelos Android, iPhone 3GS, Nokia N97 y Samsung Omnia HD pueden actuar como detectores gracias a que llevan integrado un magnetómetro. Elige uno de ellos y configura la opción de detectar metal. Acerca tu celular a cualquier objeto metálico. El detector te avisará con un sonido o vibración, según el tono que hayas elegido. Recuerda que los objetos metálicos deben estar sobre la superficie de la tierra y cerca del móvil para ser percibidos.

¿Es posible convertir plomo en oro?

¿Es posible convertir plomo en oro?

Muy buenos días, familia barinesa. Estoy seguro que el título de este artículo les llamó la atención tanto como a mí. Esperemos entonces que les quede claro la respuesta a esa interrogante. Pero antes de conocer la respuesta, debemos conocer, un poco, los antecedentes que originaron la pregunta. 
En la historia de la ciencia, la alquimia (del árabe الكيمياء [al-kīmiyā]) es una antigua práctica protocientífica y una disciplina filosófica que combina elementos de la química, la metalurgia, la física, la medicina, la astrología, la semiótica, el misticismo, el espiritualismo y el arte. La alquimia fue practicada en Mesopotamia, el antiguo Egipto, Persia, la India y China, en la antigua Grecia y el imperio romano, en el imperio islámico y después en Europa hasta el siglo XIX, en una compleja red de escuelas y sistemas filosóficos que abarca al menos 2.500 años. Actualmente es de interés para los historiadores de la ciencia y la filosofía, por sus aspectos místicos, esotéricos y artísticos.
La alquimia fue una de las principales precursoras de las ciencias modernas, y muchas de las sustancias, herramientas y procesos de la antigua alquimia han servido como pilares fundamentales de las modernas industrias químicas y metalúrgicas. Aunque la alquimia adopta muchas formas, en la cultura popular es citada con mayor frecuencia en historias, películas, espectáculos y juegos como el proceso usado para transformar plomo (u otros elementos) en oro. Obviamente, en la antigüedad, la búsqueda de métodos para obtener riquezas fácilmente era tan intensa como lo es en nuestros días. Sin embargo, las sociedades y la ciencia han creado otros mecanismos de enriquecimiento más expeditos y menos complicados que la transmutación de elementos.
Los alquimistas buscaban constantemente la piedra filosofal, la cual era una sustancia que, según los alquimistas, estaba dotada de propiedades extraordinarias, como la  capacidad de transmutar los metales vulgares en oro. Existirían, según ellos, dos tipos de piedra filosofal: La roja, supuestamente capaz de transmutar, con sólo tocar,  metales innobles en oro; y la blanca, cuyo uso transformaría dichos metales innobles en plata. Esto se lograría por vía húmeda, es decir, mediante reacciones químicas. En ambos casos la substancia de partida era la pirita de hierro (disulfuro de hierro, FeS2, mejor conocido como “oro de tontos” … ¿Sorprendidos?).
El oro siempre ha sido atractivo para las ambiciones humanas.

El oro siempre ha sido atractivo para las ambiciones humanas.

A esta propiedad se le adicionaban dos atributos mágicos: Provisión de un elixir de larga vida a tal grado de conferir inmortalidad, mediante la panacea universal para aniquilar cualquier enfermedad y, dotación de omnisciencia: conocimiento absoluto del pasado y del futuro, del bien y del mal, lo cual explicaría también el adjetivo "filosofal" ya que hasta el siglo XVIII, a los científicos se les denominaba filósofos. Es decir, si llegaras a obtener la piedra filosofal serías un dios inmortal, omnisapiente y además, muy muy rico.
Luego de que por muchos siglos los alquimistas buscaran transformar el plomo en oro, la ciencia sustituyó a la alquimia. La química y la física dieron enormes pasos en este sentido. Las investigaciones y descubrimientos de comienzos del siglo XX en lo relativo a  física nuclear condujeron a un conocimiento más profundo de la naturaleza de materia y de su posibilidad de transformación.  Se determinó, por ejemplo, que la unidad constitutiva de la materia se llama átomo, el cual es sumamente pequeño. En términos simples, esta unidad de la materia se conforma de tres partículas fundamentales ( existen otras, pero trataremos de no hacer más complejo el artículo): Electrones, protones y neutrones. El electrón es muy pequeño y de naturaleza eléctrica negativa; el cual se mueve alrededor de un núcleo, mucho más grande. En este núcleo, se concentra el 99 % de la masa del átomo y en él se encuentran los protones, partículas cuya masa es aproximadamente 1820 veces mayor a la del electrón, de naturaleza eléctrica positiva. En ese mismo núcleo se encuentran los neutrones, muy parecidos a los protones, pero sin carga eléctrica.
 
Representación simple de un átomo.

Representación simple de un átomo.


Todos los átomos de un elemento son iguales entre sí, pero diferentes a los átomos de otros elementos. La diferencia radica en el número de protones que hay en el núcleo. Si hay un solo protón  es hidrógeno, pero si hay dos protones es helio. El número de protones en el núcleo se le llama número atómico y éste es similar al número de cédula de cada individuo venezolano, es decir, un número único para cada individuo asi como un número atómico único para cada elemento.
Si la identidad de un átomo radica en el número de protones que tienes en su núcleo, entonces ¿Podríamos sacar o meter protones en los núcleos, transformándo los elementos, transmutándolos? La respuesta es . La idea de convertir plomo en oro es posible, ya que basta con extraer 3 protones de un átomo de plomo (de 82 protones) para obtener un átomo de oro (de 79 protones). El problema es que no es nada fácil hacerlo. En primer lugar, se necesita cantidades enormes de energía para realizar esos cambios, y en segundo lugar, cuando finalmente sucede, se desprende cantidades enormes de energía, muy difíciles de controlar. Por ejemplo para transformar una pequeña cantidad de hidrogeno en helio, es decir, añadir un protón al hidrógeno, la energía liberada sería fácilmente visualizada al observar la explosión de una bomba nuclear de hidrógeno ( el elemento mas simple de la naturaleza).  Las investigaciones y descubrimientos de comienzos del siglo XX en lo relativo a  física nuclear y física cuántica condujeron a los experimentos de fisión nuclear en 1939 por Lise Meitner (trabajo basado en los de Otto Hahn), y la fusión nuclear por Hans Bethe ese mismo año. Estos experimentos permitieron crear átomos a partir de otros, utilizando elementos con muchos protones en los núcleos de sus átomos (uranio, plutonio) los cuales se los rompen formando átomos de elementos más pequeños. Los efectos son catastróficos.
Actualmente, el Laboratorio Europeo de Partículas (CEREM), ha utilizado un acelerador de partículas subatómicas, para convertir el plomo en oro, haciendo chocar otras partículas a grandes velocidades para arrancar los protones de los núcleos más pesados. Lo anterior se suma a experimentos realizados en Rusia sobre el mismo tema y los resultados parecen ser los mismos: es posible convertir el plomo en oro, pero se gasta mucha energía en el proceso, lo que lo hace que no se rentable y sigue siendo muy peligroso.
 
Porción del acelerador de partículas del CEREM

Porción del acelerador de partículas del CEREM

Personalmente, pienso que la transmutación que estamos buscando no se refiere a algo tan superficial como convertir plomo en oro, el carbón en diamante, el agua en vino, para hacernos ricos y vivir como reyes. Si algo tan consistente como el plomo puede cambiar, ¿Es posible el cambio dentro del ser humano? ¿Cuál puede ser su mecanismo? ¿Con qué tecnología podríamos llegar a ser mejores personas? A pesar del avance de la ciencia, todavía estamos en la prehistoria en cuanto al aspecto espiritual del ser humano. A veces pienso que el verdadero talento con frecuencia muere dentro de nosotros, asfixiado por las normas, directrices, procedimientos y barreras que cada día creamos y nos van creando a nuestro alrededor.
 
Aristóteles dijo que “somos lo que hacemos constantemente”. La excelencia, pues, no es una acción: es un hábito!

¿Cómo intentaban los alquimistas convertir en oro los metales comunes?

¿Cómo intentaban los alquimistas convertir en oro los metales comunes?
Un desapacible día de finales de diciembre de 1666, en La Haya, un forastero harapiento se presentó en casa de John Frederick Helvétius, médico del Príncipe de Orange y uno de los principales alquimistas de Europa (alquimia deriva del árabe alkimiya, ?el arte de la transmutación?, o del griego khemia, ?la fundición y aleación de metales?). Después de presentarse como Elías el Artista, el extranjero le mostró a Helvétius tres pequeños objetos cristalinos de color amarillo azufre que llevaba en una cajita de marfil. Según él, eran trozos de la piedra filosofal, la legendaria piedra que transmutaba en oro los metales comunes.
Brillante como el oro
Después de muchos ruegos, Helvétius logró que Elías le diera un trocito de la mágica sustancia. En presencia de su mujer y de su hijo, la colocó en un crisol y la calentó al rojo vivo mezclándola con un trozo de plomo. Según sus propias anotaciones: ?Se produjo un sonido silbante y una ligera efervescencia, y el compuesto adquirió un tono verde brillante... ¡Al comenzar a enfriarse, empezó a brillar como el oro!?.
Loco de emoción, Helvétius corrió a llevarle el metal, aún templado, a un orfebre vecino, quien lo examinó y declaró que era oro. La noticia se propagó como la pólvora por La Haya y un reguero de ilustres visitantes acudió a ver el oro ?de fabricación humana?. Entre ellos, el inspector general de la Casa de la Moneda, quien ratificó que se trataba de oro puro.
Los alquimistas llevaban siglos tratando de dar con la fórmula del oro y, gracias a sus experimentos, descubrieron el plomo, el sulfuro, el cobre, el estaño y el mercurio. ?Se entregan diligentemente a su labor?, escribía en el siglo XVI el médico y alquimista suizo Paracelso. ?No pierden el tiempo en conversaciones ociosas, sino que encuentran su felicidad en el laboratorio?.
Otro de los empeños de los alquimistas era producir el ?elixir de la juventud?, sustancia legendaria que prolongaría la vida indefinidamente. Paracelso sostenía que la fabricación del elixir no era demasiado complicada: bastaba con disolver la piedra filosofal en vino. ?El elixir limpia todo el cuerpo de impurezas al introducir en él nuevas energías de juventud que se mezclan con la naturaleza del hombre?. Por lo visto, Paracelso no alcanzó el éxito, ya que murió en 1541 a los 47 años.
No es oro todo lo que reluce
En el libro Vida Eterna, un médico y químico belga del siglo XVII, Johannes van Helmont, afirmaba haber usado la piedra filosofal con frecuencia. Según él, era pesada, de color azafranado y brillaba como el cristal. Su fórmula para producir oro consistía en añadir mercurio caliente a un trocito de la piedra. Un siglo después, el extravagante aventurero italiano que se hacía llamar ?Conde? Alessandro di Cagliostro, alquiló un piso en Londres para dedicarse a su pasatiempo favorito: la alquimia.
Muchas personas, y sobre todo muchas mujeres, se dejaron cautivar por Cagliostro y le entregaron dinero para que lo transmutara en lo que resultó ser ámbar sin ningún valor. Cagliostro continuó sus andanzas en París y en Roma, donde fue detenido por orden del Papa Pío VI y condenado a cadena perpetua por herético.
La Iglesia Católica condenaba la alquimia, en especial porque algunos alquimistas sostenían que la piedra filosofal representaba a Cristo y que sus artes ocultas tenían un valor espiritual para la humanidad. Sin embargo, ?los únicos valores en que los alquimistas están interesados?, según afirmó un tratadista posterior, ?eran los que les permitían fabricar dinero y riqueza?.

la piedra filosofal y la alquimia

¿Existió realmente la piedra filosofal?
¿Existieron realmente estas tres cosas? Para el espíritu científicamente racionalista, la Alquimia no puede ser más que una enorme superchería que arrastró tras de su falsedad a miles de espíritus, que quemaron sus vidas en pos del logro de un ideal irrealizable. Y sustentan esta opinión en un hecho científicamente indiscutible: el que los alquimistas emplearon medios puramente empíricos en su labor: no buscaron, no investigaron, sencillamente tantearon, de una forma instintiva y puramente irracional.
Es absurdo tratar a la Alquimia de falsa por el hecho de ser acientífica... si se desarrolló en un tiempo en el que precisamente la ciencia, tal y como la entendemos hoy en día, era algo que no existía en absoluto. Los métodos alquímicos, ciertamente, distan mucho de los frios, racionales y lógicos métodos científicos actuales, pero no por ello dejaron de ser en multitud de ocasiones completamente efectivos. La lista de los grandes descubrimientos químicos realizados por los alquimistas sería interminable: Alberto Magno describe en sus obras la composición química del cinabrio y del minio, Raimundo Lulio dio la receta para la preparación del bicarbonato potásico, Basilius Valentinus fue el descubridor de los ácidos sulfúrico y clorhídrico, el alemán Brandt descubrió el fósforo, Vigenère hizo lo mismo con el ácido benzoico, Paracelso fue el primero en descubrir el zinc, Juan Baustista della Porta fue el primero en preparar el óxido de estaño. Multitud de alquimistas descubrieron en su tiempo (y algunos de ellos perecieron por su causa) la pólvora, en el curso de sus trabajos alquímicos. Pero el alquimista trabaja sobre la nada, sin bases concretas sobre las que sustentar su labor. Los alquimistas hacían las cosas de un modo puramente empírico, buscando sus respuestas por unos medios tan completamente distintos a los actuales que hoy los calificaríamos como aberrantes. Los químicos de hoy, por ejemplo, se rigen por el análisis químico de sus preparados; pero el análisis químico no surge hasta el siglo XVIII, por lo que los alquimistas sólo podían guiarse por el cambio de apariencia y coloración de sus materiales.
¿Estaban equivocados los alquimistas en sus teorías? Según la ciencia clásica, rotundamente sí. Por otro lado, los alquimistas habían desarrollado una serie de complementos a sus creencias básicas que hoy nos son inaceptables: los metales eran como las semillas, eran susceptibles de crecer, desarrollarse y multiplicarse en determinadas condiciones, ¡poseían incluso sexo!, el mercurio, como único metal líquido, era considerado como la matriz en la que se gestaban los demás metales (y de ahí su amplio uso en Alquimia)... Los razonamientos de los alquimistas, de todos modos, eran dignos de ser tenidos en cuenta por su originalidad: las plantas, argumentaban, no nacen de las plantas: no se puede hacer crecer un melón de otro melón, sino de una semilla de melón. Los metales, por lo tanto, deben nacer también de semillas de metales. ¿Y no puede considerarse acaso la Piedra filosofal como una especie de semilla? En Alquimia, para obtener la Piedra filosofal, en la última fase de la operación, hay que añadir unos granos de oro a la mezcla. Esta operación es llamada "siembra".
La Alquimia se vio completamente desacreditada por la avalancha de racionalismo que inundó el siglo XVIII y siguientes. Hoy en día, sin embargo, algunas ramas de la ciencia de vanguardia, principalmente la física atómica han redescubierto con gran sorpresa la Alquimia. Los físicos atómicos descubren con estupor que llegan a conseguir transmutaciones como las que los alquimistas decían poder realizar en sus hornos. Eric Edward Dutt abtuvo rastros de oro en las superficies de sus muestras metálicas tras someterlas a una descarga condensada a través de un conductor de boruro de tungsteno; los rusos obtendrían más tarde idénticos resultados usando potentes ciclotrones. El agua pesada, ¿NO ES LO MISMO QUE EL "AQUA PERMANENS" DE LOS ALQUIMISTAS, CON LA ÚNICA DIFERENCIA DE QUE LOS MODERNOS LABORATORIOS LA CONSIGUEN, TRABAJANDO CON LUZ POLARIZADA (la luz de la Luna es luz polarizada) EN POCO TIEMPO, MIENTRAS QUE LOS ALQUIMISTAS NECESITABAN PARA ELLO MÁS DE VEINTE AÑOS? El agua pesada, los superconductores (que el físico obtiene a temperaturas cercanas al cero absoluto), los elementos isotópicos... todos tienen sus analogías en la antigua literatura alquimista. Tan sólo hay una diferencia: el científico de hoy llega a sus resultados en poco tiempo (pueden realizarse miles de ensayos en el poco tiempo de unas horas), con la ayuda de complicados y costosos aparatos y dispendiando grandes cantidades de energía. Los alquimistas, por su parte, usaban un reducido laboratorio de cocina, unos medios casi insignificantes... pero tenían toda una vida por delante.
Sea como fuere, hay que aceptar que algunos relatos que han llegado hasta nosotros sobre la obtención de la Piedra filosofal y la obtención del oro alquímico son una realidad. Y no hablamos con ello de los alquimistas fraudulentos, aquellos que utilizaban unos bien aprendidos trucos para engañar a los incautos con falso oro y falsas Piedras filosofales, sino alquimistas reconocidos por su honestidad. Más allá de las recetas que, como la mayor parte de los grimorios, nos indican los "métodos infalibles de conseguir oro, la juventud eterna, la invisibilidad, etc.", algunos alquimistas afirman seriamente haber hallado el secreto de la Piedra filosofal. Hay pruebas (aunque para muchos sean circunstanciales) de ello. Hay medallas conmemorativas acuñadas en oro alquímico. Aunque todos estos alquimistas hayan muerto llevándose su secreto a la tumba, estas pruebas han quedado. Y sus relatos también.
 
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El homúnculo, aquí bajo la apariencia de Mercurio y con los símbolos del Sol y la Luna, debía, según los alquimistas, ser concebido sin unión sexual. Paracelso estaba convencido de la posibilidad de la creación del mismo, a base de esperma y sangre. ¿No es ahí donde se encuentra el DNA?
 
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La "unión de los contrarios". El rey y la reina, símbolos de la virilidad y la feminidad, el Sol y la Luna, y el día y la noche, se unen en un solo cuerpo. El dragón encarna el principio de unificación, y la estrella representa la Piedra Filosofal.