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martes, 10 de diciembre de 2013

EL BOTÍN DEL CUZCO ORO EN ABUNDANCIA

EL BOTÍN DEL CUZCO
El cronista Agustín de Zárate dice que en el Cuzco se halló tanto como en Caxamalca. Gómara dice "que fue mas, aunque como se repartió entre más gente no pareció tanto". Pero Garcilaso afirma que en el Cuzco "ovo mas". De las publicaciones hechas por el historiador peruano don Rafael Loredo sobre el acta inédita del reparto del Cuzco, se deduce que el botín de esta ciudad ascendió a 588,226 pesos de oro de 450 maravedís, y a 164,558 marcos de plata buena a 2,110 maravedís y 63,752 marcos de plata mala a 1,125 maravedís, lo cual da un total de 793,140,080. En Cajamarca, según el mismo documento, se obtuvo 1326539 pesos de oro de 450 maravedís y 51610 marcos de plata a su verdadera ley de 1958 maravedís, lo que da un total de 697994 930. Esto confiere, evidentemente, una ligera ventaja, en las cifras oficiales, al tesoro del Cuzco sobre el de Cajamarca, aunque bien sabemos que en esta villa mucho no fue quintado ni fundido y hubo múltiples evasiones. Únicamente el escaño de Pizarro –que pesó 83 kilos de oro de 15 quilates y no fue contado– restablece la balanza a favor del botín cajamarquino. Por de pronto, el oro habido en Cajamarca fue más del doble del que se hubo en el Cuzco. Es la plata la que predomina en este último reparto. La cuota asignada en el Cuzco a cada soldado tuvo que ser menor, ya que era mayor el número de participantes. Se hicieron 480 partes, sobre las 168 de Cajamarca, y a cada soldado le tocó, según unos, 4000 pesos y 700 marcos de plata. De las pocas cifras dadas por Loredo, se percibe que un soldado común, como Juan Pérez de Tudela, recibió 1023 marcos de plata de diversa ley. Los de a caballo parecen haber recibido 1126 pesos de buen oro y 2553 pesos de oro de 22 1/2 quilates. En el quinto del Rey, se mencionan algunos objetos que no fueron fundidos, como "una mujer de 18 quilates que pesó 128 marcos de oro" o sea 29 kilos 440 gramos, lo que, según Loredo, corresponde a la suma actual de 736000 soles oro; también figura, como en Cajamarca, "una oveja de oro de 18 quilates que pesó 5 750 pesos o sea 26 kilos 450 gramos, lo que equivaldría, según el mismo cálculo, a 661000 soles. En el quinto hubo 11 mujeres de oro y 4 ovejas o llamas del mismo metal".Pizarro recibió lo que le correspondía "en piezas labradas de indios y en ciertas mujeres de oro". La pieza más extraordinaria del botín del Cuzco fue, según el documento glosado por Loredo, una "plancha de oro blanco que no ovo con que pesalla", y que se presume fuera la imagen de la luna arrancada al Templo del Sol.

lunes, 9 de diciembre de 2013

joyeles antiguos peruanos de oro

JOYELES ANTIGUOS PERUANOS

El desfile del oro peruano continuó hacia Europa después de la independencia, enriqueciendo joyeles y colecciones del Viejo Mundo. La Colección Macedo, peruana, fue vendida y forma parte de un museo alemán. Los excepcionales objetos de oro del Cuzco, que Markham y Bollaert vieron en manos del General Echenique, Presidente de la República, antes de 1853 –frutos y hojas vegetales de oro, llautu tejido de oro, tupu o prendedor ricamente ornamentado, con cruz de Malta, estrellas y animales en círculos, y por último la tincuya de oro o disco con 34 compartimientos a modo de zodíaco, con círculos, facciones humanas, ojos, boca y ocho agudos caninos y las caras del Inca y la Coya– se han repartido entre el Museo Indiano de Nueva York y don Matías Errázuriz en Chile. En Alemania existen las mejores colecciones de cerámica y metalurgia peruanas, no bien identificadas e inventariadas. Se mencionan en ella como depositarias de objetos de oro: la Colección Gaffron, en el Museo Etnográfico de Munich, con vasos de oro repujado de Lambayeque, adornos femeninos de oro para el pecho, parejas de colibríes de oro, pájaros de oro para coserlos a la vestidura; la Colección Schmidt, con tiranas de oro para depilar; la Colección Alfredo Hirsch de vasos retratos de oro; la Colección Ricardo W. Staudt, con vasos retratos de plata; la Colección Gretzer, con vasos retratos de oro puro, repujados, de 17 cm. de alto, provenientes de Ica, mascarillas de oro, etc.; y la Colección Suttorius, de Stuttgart, con puñetes, pinzas depilatorias, máscaras con liga de oro y cobre. Cítanse en el extranjero también las colecciones de Herget, con el disco del sol en oro purísimo, grandes vasos de oro, puños, brazaletes incrustados de turquesas y esmeraldas, tupus de gran tamaño con el sol flamígero, orejeras, etc.; la Colección Allchurch, con un disco solar y cara humana ensangrentada; la Colección Ferris, que Squier vio en Londres y fue a parar al Museo Británico; la George Folsom, en la Historical Society of New York; la colección de Bliss, en Nueva York; la propia Colección Squier, con ricos ejemplares; la Colección Bandelier, en el Museo de Historia Natural de Nueva York; y el archivo Baessler, con sus trofeos del cerro de Zapame, en Lambayeque, y sus chapas de oro con representaciones de peces y búhos. Se citan, también, la colección del poeta argentino Oliverio Girondo, con objetos de oro de Nazca, máscaras funerarias, puños o brazaletes de oro laminado y estilizaciones fito-zoomorfas, y la del Museo Histórico de Rosario, en Argentina, con dos rodelas de oro con estilizaciones zoomorfas y adornos de turquesas. Charles Wiener menciona, como ejemplares que vio en el Perú y llevó a París, brazaletes, orejeras, sortijas y collares, y como ejemplares sugestivos, un pájaro de oro martillado llevando una hoja o fruto en el pico, procedente de Pachacamac, una figurilla de oro encontrada en Chancay y un tupu de oro macizo de Recuay. Wiener confiesa que llevó de la región de Trujillo –antiguo Chimú– tres cajones conteniendo 652 números, entre los que figuraban collares, sortijas, brazaletes, aretes y otros adornos. Por último, se citan las magníficas colecciones del Museo Rafael Larco Herrera, de Chiclín, del coleccionista don Hugo Cohen y de Miguel Mujica, el autor de este libro.

viernes, 6 de diciembre de 2013

DETECTANDO LUGARES DONDE HAY ORO

Instrucciones

    Los yacimientos de oro

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    Muchos naufragios de la antigüedad aún esconden tesoros.
    Hemera Technologies/PhotoObjects.net/Getty Images
    Aunque parezca algo propio del cine, muchos cargamentos de oro de los que se perdieron en el pasado permanecen enterrados en algunos lugares. Revisa libros de Historia y mapas antiguos para conocer los itinerarios de caravanas, ejércitos o grupos de bandidos. Ten en cuenta que algunas personas ricas y excéntricas tienen la costumbre de enterrar sus objetos más valiosos alrededor de sus casas. A veces fallecen y estos tesoros quedan olvidados. Haz una lista de las posibles ubicaciones y rastrea el terreno con un detector.
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    El  péndulo puede captar cambios electromagnéticos.
    Jupiterimages/liquidlibrary/Getty Images
    Incluye en tu lista las minas abandonadas y los túneles bajo las iglesias antiguas. Solicita un permiso para acceder a alguna de estas minas y empezar la prospección. Consigue un mapa o plano del área elegida, de escala 1:50.000 o 1:25.000. Prueba a utilizar un péndulo. La radiestesia es un método empleado por muchos buscadores de oro para obtener puntos de atracción en un mapa. Te evitará el esfuerzo de recorrer extensiones de terreno que podrían alcanzar las 20 o 30 mil hectáreas y demorar tu trabajo durante meses, e incluso años.
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    Explorar un yacimiento es una tarea minuciosa.
    Thinkstock Images/Comstock/Getty Images
    Realiza un muestreo del yacimiento, realizando pruebas en distintas zonas. Escarba un poco para sacar un trozo de material. Muele la muestra sobre una roca plana con una piedra o un martillo. Introduce el polvo obtenido en una bolsa hermética con ayuda de una brocha. El lento proceso de erosión de los montes hace aflorar el oro contenido en vetas de oro nativo, que por lo general se hallan en las capas de cuarzo. Una muestra de piedras de veta u oro de roca arroja una cola de oro apreciable a simple vista. Utiliza anteojos de aumento para identificarlas mejor.
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    El lavado de oro requiere mucha paciencia y práctica.
    Comstock/Comstock/Getty Images
    Busca oro en remansos de ríos o arroyos, donde no haya corriente de agua. Ahí se deposita el oro en forma de pepitas, fragmentos o partículas. Excava un poco con la pala para sacar material. Deposítalo en la bandeja y sumerge esta en el agua, realizando un movimiento giratorio. Pasa la bandeja por un tamiz. Sumerge la bandeja de nuevo para lavar la arena. Cuando el oro esté a la vista, ladea la bandeja para separarlo de la suciedad. Filtra el oro en una botella con agua y colócalo en un tubo de vidrio o plástico transparente.

    Los detectores de metales

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    Los campos magnéticos permiten detectar el metal.
    Photodisc/Photodisc/Getty Images
    Los detectores de metales funcionan por el magnetismo. El detector crea un campo magnético a través de una bobina de cable, y lo orienta a través de la superficie del suelo. Otro de sus circuitos recibe las ondas del campo magnético y emite un sonido que puedes escuchar a través de un altavoz. Cuanto más grande sea la bobina de cable, mayor será la sensibilidad del detector. Determina qué tipo de detector de metales resulta más apropiado para el terreno que vas a explorar y para tu presupuesto. Una opción que te ahorrará dinero es fabricarlo tú mismo.
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    Depósitos de minerales en Yellowstone Park.
    Thinkstock/Comstock/Getty Images
    Existe otro instrumento muy eficaz en la detección de depósitos de minerales, y muy utilizado en países de abundantes minas, como Chile. Se trata de un instrumento direccional ultrasensible para la localización de metales preciosos. Consiste básicamente en un cartucho magnético que contiene cristales especiales y una antena giratoria. Introduce una muestra de oro en el cartucho y sujétalo como si fuera una pistola, apuntando hacia delante. Muévete describiendo círculos de 360º. La antena dará indicaciones direccionales cuando localice el metal.
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    El imán integrado en el teléfono móvil no es muy potente.
    Thomas Northcut/Photodisc/Getty Images
    La tecnología apunta cada vez más alto, y prueba de ello son las nuevas aplicaciones para detectar metales de algunos teléfonos móviles. Los modelos Android, iPhone 3GS, Nokia N97 y Samsung Omnia HD pueden actuar como detectores gracias a que llevan integrado un magnetómetro. Elige uno de ellos y configura la opción de detectar metal. Acerca tu celular a cualquier objeto metálico. El detector te avisará con un sonido o vibración, según el tono que hayas elegido. Recuerda que los objetos metálicos deben estar sobre la superficie de la tierra y cerca del móvil para ser percibidos.

jueves, 5 de diciembre de 2013

ELEMENTOS BASICOS DE LA ALQUIMIA

bases de la alquimia.
Hechas estas aclaraciones sobre el simbolismo alquímico, veamos en que fundamentaban los alquimistas sus ideas sobre la transmutación de los metales.
La química "clásica" proclama de una forma tajante la imposibilidad de la transmutación de los metales... ¡pese a que la energía nuclear nos dice hoy en día que sí es posible! Sin embargo, las ideas de los alquimistas eran al respecto muy distintas de las de la química clásica. Para ellos, la naturaleza no se componía de materias orgánicas e inorgánicas (las primeras vivas, susceptibles a crecer y desarrollarse, y las segundas muertas e inertes), sino que todo provenía de una única sustancia original.
"Y como quiera que todas las cosas lo fueran por la contemplación de una sola, así también todas las cosas surgieron de esta única cosa por un simple acto de adaptación", reza la tabla de Esmeralda.
Bajo este punto de vista, los metales eran considerados como diferentes estadios de un mismo intento por alcanzar la perfección. Esta perfección eran los metales nobles: el oro y la plata, y los demás metales no eran más que estadios intermedios en el camino de esta perfección. Las creencias alquimistas decían que la Naturaleza, en su constante trabajar, iba transformando lentamente los metales viles en oro, en cuyo estadio se cerraba el proceso hacia la perfección, y a partir de cuyo punto se reinvertía el camino, convirtiéndose los metales nobles de nuevo en metales viles: de ahí precisamente nació uno de las símbolos básicos de la Alquimia, la serpiente que se muerde la cola (o serpiente Ouroboros, que más tarde fue transformada en dragón), como significación de la eterna continuidad del proceso.
Este proceso de ennoblecimiento y de envilecimiento hacía necesaria la posibilidad de la transmutación. La Alquimia, por tanto, no iba contra la Naturaleza: lo único que hacía era intentar ayudarla, acelerar el proceso, suprimir las etapas intermedias y cambiar directamente los metales viles en oro y plata. Por medio de un agente, una sustancia particular que accediera a la transmutación, brusca y repentina de uno a otro extremo.
Este agente era, naturalmente, la Piedra filosofal.
 
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Ilustración perteneciente al famoso "Ripley Scrowle", relación de los trabajos del alquimista inglés Goerge Ripley. En ella podemos ver un objeto rojo central que es la Piedra filosofal, circundada por una serie de escenas que muestran las siete etapas mediante las cuales Ripley afirmaba que podía llegar a ser conseguida, a partir de la sustancia representada por el pequeño ser humano contenido en el matraz. Para ello, según sus palabras, debía seguirse la operación siguiente: "Primero calcina, y después corrompe, disuelve, destila, sublima, desciende y fija..." Las experiencias alquímicas de Ripley le produjeron tal fortuna que se permitía entregar anualmente cien mil libras a los Caballeros de San Juan de Jerusalén. La obra fue editada en Lübeck en 1588.

esplendor de la alquimia

Esplendor de la Alquimia
Nos hallamos ya en el siglo XII, época en que la Alquimia empieza a desarrollar su máximo esplendor. La Alquimia llega a Europa a través de dos grandes caminos: Bizancio y el Islam. Pero son los árabes principalmente los que, a través de sus traducciones, y por el camino de España, llevarán la Alquimia, al igual que otras muchas artes mágicas, a su máximo esplendor en todo el Continente.
En el siglo XII, la Europa occidental empieza apenas a descubrir la civilización científica: por aquel entonces, la física y la química eran casi desconocidas, la astronomía y paralelamente a ella las matemáticas se hallaban apenas en su primer escalón, la medicina era natural y puramente empírica. En su desarrollo cultural, a partir del siglo XII, Europa se nutriría casi exclusivamente del saber islámico, tanto en el campo científico como en el humanístico. De traducciones de libros árabes (realizadas principalmente en las "escuelas de traductores", como la famosa escuela médica de Salerno en Italia y la no menos conocida de Toledo en España), nacieron las bases de casi todo el saber medieval. Es curioso, a este respecto, hacer notar que la mayor parte de estas traducciones no eran efectuadas por los mismos árabes, que no sabían latín, ni por los europeos, que no conocían el árabe; para su realización se buscaron otros traductores: Los judíos, que habían asimilado ambas lenguas. De nuevo, pues, la tradición hebrea se une a toda la tradición medieval, dejando en todos los campos del saber su huella como intermediarios de la cultura.
De este modo llega, con todas las demás artes, la Alquimia a Europa. ¿Quienes son sus primeros practicantes? Ante todo hay que señalar que la práctica de la Alquimia no era un arte que estuviera al alcance de todo el mundo. La Alquimia no podía uno aprenderla por sí mismo: era preciso estudiarla, leer los antiguos tratados... y para ello era imprescindible saber leer y escribir. En el siglo XII y siguientes, la mayor parte de la población era analfabeta, y solamente los hombres de ciencia y los grandes señores tenían una cultura superior a la primaria. Por otro lado, la cultura se hallaba en su mayor parte encerrada en los monasterios.
No es nada de extrañar, pues, que los primeros trabajos alquímicos realizados en Europa se hicieran en los monasterios, a manos de monjes y clérigos. El hecho queda probado por las numerosas órdenes eclesiásticas que aparecieron durante este tiempo prohibiendo tajantemente la práctica de la Alquimia en el interior de los monasterios... hecho que señala de una manera absoluta el que sí se practicaba la Alquimia en ellos.


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El instrumento alquimico

El instrumental alquímico.
Es en Grecia donde la Alquimia empieza a adquirir algunas de sus características que más tarde se harán definitivas. Una de ellas, la primera y más importante, es el proceso de destilación. Hasta los primeros alquimistas griegos, la destilación era algo completamente desconocido en el mundo. La primera descripción de un alambique que ha llegado hasta nosotros se atribuye a uno de los primeros alquimistas femeninos conocidos, María la Judía, y es citado a su vez por otro de los alquimistas más célebres de la antigüedad, Zósimo, gracias a cuyos escritos ha llegado hasta nosotros buena parte de la Alquimia griega. Este aparato (que esencialmente no sufrió ninguna variación hasta 1860) nos es descrito por Zósimo como un alambique de tres brazos, cuya utilidad (la de los tres brazos) no ha quedado aún suficientemente aclarada, ya que no estriba en la selección de los productos destilados, y se ignora cualquier otra posible aplicación. De todos modos, el alambique de tres brazos o tribikos fue muy usado a lo largo de los años por todos los alquimistas, al igual que el más normal de dos brazos o dibikos. A María la Judía se le atribuyen también otros varios inventos alquímicos, como son el método de calentar una sustancia mediante vapor de agua (método que en muchos países se conoce aún por "baño de maría"), y el Kerotaxis.
El atanor es el instrumento básico del alquimista. Es un horno, pero se le conoce por atanor, ya que proviene del árabe al-tannur, que significa precisamente eso, "el horno". El horno alquímico, según la descripción que de él nos hace el alquimista Geber, ha de ser "cuadrado, de cuatro pies de longitud, tres de anchura, y un grosor de medio pie en las paredes". Los materiales a calcinar deben ser colocados dentro del horno en cazuelas de arcilla lo más resistentes posible,"como la arcilla que se emplea para la formación de crisoles, a fin de que puedan resistir la fuerza del fuego, incluso hasta la combustión total de la cosa a calcinar".
Estos dos instrumentos básicos de las operaciones alquímicas no eran sin embargo los únicos. Para llevar a cabo su Gran Obra (es decir, la obtención de la Piedra Filosofal), el alquimista debía cumplir numerosas operaciones distintas, entre las cuales las más importantes eran la calcinación, la sublimación, la fusión, la cristalización y la destilación, para las cuales necesitaban de un heterogéneo instrumental, que según el inventario de algunos alquimistas comprendía más de ochenta aparatos distintos: hornos, lámparas, baños de agua y de ceniza, camas de estiércol, hornos de reverbero, ollas de escoria, crisoles, platos, vasos, jarras, frascos, redomas, morteros, filtros, cazos, coladores, batidores, alambiques, sublimadores... sin contar una serie de aparatos auxiliares como tenazas, soportes, etc. Y todos estos utensilios eran de fabricación realmente casera, ya que no existía en aquel tiempo una industria capaz de surtir al alquimista de todo su complejo arsenal.
El alquimista, pues, debía diseñar por sí mismo su instrumental, basándose para ello en las descripciones de los mismos aparatos que hallaba en los libros antiguos.
Por otro lado, y por motivos que veremos más adelante, el alquimista debía tener buen cuidado en escoger a quien debía hacerle los instrumentos, ya que los recelos y la codicia eran muchos y no todo el mundo merecía confianza.
El Kerotaxis era un aparato usado para tratar los metales con vapores de otros metales, ácidos u otras sustancias, operación importante dentro del conjunto de labores alquímicas.
En la parte inferior del instrumento se colocaba la sustancia vaporizable; en el centro, la paleta propiamente dicha, conteniendo el metal que debía ser atacado por los vapores. Bajo la acción del calor, la sustancia desprendía sus vapores, una parte de los cuales atacaba el metal, mientras que el resto se condensaba en la parte superior del aparato, resbalando por las paredes de nuevo hacia la parte inferior y volviendo a reanudar el ciclo, con lo cual se establecía un flujo continuo de vapores.

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LAS DOS ALQUIMIAS

Las dos alquimias.
Hemos señalado ya la existencia de dos distintas clases de alquimia: una externa y otra interna, una exotérica y otra esotérica. La primera, a la que podríamos llamar "Alquimia pública", ya que es la más conocida, que busca como fin primordial conseguir la famosa piedra filosofal (o simplemente La Piedra), maravilloso material entre cuyos inefables poderes se cuenta la virtud de transformar los metales "viles", es decir, el hierro, cobre. zinc, plomo, mercurio, en metales preciosos: oro y plata. A veces, esta piedra es conocida también como el Disolvente Universal, y también algunas veces, erróneamente, como el Elixir de larga vida.
Muchas veces, estos pretendidos alquimistas exotéricos no eran más que estafadores que intentaban aprovecharse de los incautos, lo cual fue causa de muchas de las persecuciones a que se vio sometida la Alquimia y de buena parte de su descrédito. La existencia de estos falsos alquimistas no quiere decir, sin embargo, que no hubiera otros alquimistas exotéricos honestos y entregados lealmente a su labor, dedicando toda su vida a la búsqueda de estas panaceas que, a juzgar por los libros, casi nunca llegaron a conseguir.
La Alquimia esotérica, por su parte, es más una filosofía que un arte, y nació gradualmente de la idea de que solamente por medio de la gracia y del favor divino podía llegarse a conseguir los logros alquímicos. Esto llevó pronto a una inversión de los valores, hasta el punto de que para los alquimistas esotéricos la transmutación de los metales no era más que un medio a través del cual buscaban una transmutación interior.
Pero de esto ya hablaremos más adelante. Vamos a ver, primero, la Alquimia tradicional, aquella que tiene por misión principal conseguir los tres objetivos ya descritos: la Piedra Filosofal, el Elixir de larga vida y el Disolvente Universal.
Los alquimistas fraudulentos.
El procedimiento habitual de estafar mediante la alquimia era el de interesar a un hombre poderoso, generalmente un clérigo (la clerecía es aún hoy la presa favorita para el arte de los estafadores) y emplear la técnica inmemorial del charlatán para llevarlo a solicitar una demostración. El engañabobos se proveía de antemano con algo de oro y plata. Preparaba un horno, adquiría mercurio y un crisol, llenaba el crisol con mercurio y volcaba en él el precioso polvo, probablemente algo de cal o plomo rojo. Mientras tanto, se había introducido algo de oro o plata genuinos en un pedazo de carbón de leña o en una hendidura en la punta de una varilla de agitar y sujeto con cera negra. Se calentaba el horno; se ponía en su sitio el carbón preparado sobre el crisol, o bien se usaba la varilla. La cera se derretía y el metal precioso caía dentro del mercurio; al aumentar el calor, el mercurio se volatilizaba, dejando la plata o el oro derretido en el crisol. ¿Hacía falta algo más como prueba? El incauto se desprendía fácilmente de grandes sumas para la adquisición de materiales de laboratorio y mercurio, o pagaba una gran suma por la receta para hacer la piedra... tras lo cual no volvía a ver más al fraudulento alquimista.

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